26 de agosto de 2022

Lo innatural de lo natural

Nina Warmi[1] es una mujer indígena que vive en un lugar remoto de Abya Yala[2]. Es joven, hija del Yachak[3] de su comunidad. De repente, algo surge en el mar.

Juan de la Cruz es un pescador español. Había estado encarcelado por intentar robar a un obispo. El viaje fue para él la opción perfecta, incluso la muerte sería mejor que estar en la cárcel.

Ambos observan. Nina Warmi advierte algo que parece ser un dios. El segundo, ve una aventura, pero también un milagro. Ella busca a sus compañeros y al Yachak que estaba cerca. Alguien tiene que explicar qué es lo que se aproxima. Antes de encontrar respuesta, el objeto que parece un gran pez se detiene. Algo se mueve en su lomo. ¿Son personas? Se escuchan gritos mientras caen al agua.

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Juan festeja. Cuando más juraban que morirían de hambre y desaparecerían por siempre, al frente vieron tierra. Es un extenso terreno, la arena es blanca y sobre ella hay un verde claro, fruto de un montón de árboles. Se acercan y deciden dejar la embarcación a una distancia prudente. Nadie se quedaría en el bote, todos estaban curiosos, pero, principalmente, hambrientos. Juan comienza a nadar en las aguas del mismo color del cielo, nunca lo había hecho tan rápido.

Abya Yala

Los seres extraños llegan a la orilla. Parecen personas, pero tienen la parte inferior de su cara cubierta con una especie de animal. Llegan del mar, tal vez sean dioses. Nina Warmi, acompañada de Tupak, Tamia, Sisa y el Yachak se quedan observando entre los árboles. Los seres parecen estar celebrando, se revuelven en la arena. En sus manos cargan un objeto largo y brillante, parecen plumas enormes. Tupak se mueve, al parecer irá a hablar con ellos.

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Estando en la playa, celebran. Esperan a que lleguen todos, pero preparan lo necesario para adentrarse en la isla. Espadas en mano. Mientras esperan, algo se mueve entre los árboles. Todo se detiene. Silencio. De repente, desde los árboles surgió, con las manos abiertas y extraños cánticos, algo que parece ser una persona. Es horrible, no parece ser un humano. Los españoles se asustan y preparan las armas. Se acercó, cada vez gritando más fuerte. En un momento se agachó y con la mano parecía dirigirse hacia el filo de la espada de David Bueno. David no hesitó y decidió clavarla en medio de su cuerpo. La bestia dejó de gritar y cayó al suelo. Fray Nicolás Blanco, el fraile que los acompañaba durante el viaje, se dio la bendición al ver lo que a sus ojos era un ser totalmente perdido, sin un fin en la vida y alejado de Dios. Su mayor repugnancia recaía en que, en el fondo, sabía que se trataba de un hombre.

Abya Yala

La pluma atravesó el cuerpo de Tupak mientras agradecía en voz alta a los mayores de chaishuk-pacha. “¿Es una bendición?”, se preguntan. “Al parecer lo han seleccionado”. Está en el piso y no se mueve. Uno de esos seres le saca la pluma del pecho y ahora está cubierta de sangre. “¿Qué le ha hecho?”. El Yachak parece confundido al observar. Explica que quizás son unos espíritus enviados por Apunchik Achill Yaya[4] para traer prosperidad en medio del intenso verano. Tupak parece haberse ido como parte de un sacrificio por la llegada de los espíritus. El Yachak se acerca a Sisa y le dice que vaya a informar al Hatun Taita[5] sobre la llegada. Deben darles la bienvenida.

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Fue fácil acabar con la bestia. “¿Acaso era un humano?”, preguntó Jaime Arrubla. “No lo sé, pero de serlo, es una desgracia. Su saludo ni siquiera fue digno, cualquier humano debería respetar las buenas costumbres, evitando no solo esa forma de vestir sino también semejantes gritos. Esa cosa se queda ahí, y preparaos, seguro vendrán más”, dijo David. El antiguo guerrero Álvaro Santamaría bajó su espada y sugirió que se adentraran en los árboles. “Silencio”, contestó Juan. Otras tres bestias aparecieron al frente. Caminan despacio, van hacia ellos. Los tres, semidesnudos y con las mismas marcas en el cuerpo, parecen estar recitando una especie de oración. Uno de ellos tiene en sus manos unas hojas que agita mientras camina. “No ataquen”, ordena David. “Esperen a que se acerquen”.

Abya Yala

El Yachak, seguido por Nina Warmi y Sisa salen a la playa para recibir a los espíritus y levantar a Tupak. Siguiendo los pasos del Yachak, el cual intenta comunicarse, comienzan a acercarse. Nina Warmi observa de cerca. Había estado aprendiendo a comunicarse con los espíritus, pero no lograba concentrarse. Hace poco había logrado escuchar un mensaje del árbol ancestral, pero no había entendido bien. Los visitantes se parecían a ellos, pero su piel era blanca como las nubes de verano y su rostro cubierto por pelaje que bajaba desde su cabeza hasta el cuello. Cuando estaban a escasos diez metros, uno de los espíritus gritó algo. Hablaba rápido, no lograron comprender. El Yachak se detuvo. Tras ello, inclinó la cabeza y se sentó en la playa. Los demás copiaron sus movimientos y esperaron.

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Tal vez no todos son bestias”. Había dos mujeres entre los tres. Una de ellas era radiante, se veía poderosa. Antonio Balboa no hesitó y le gritó que se acercara. Pero, de repente, los salvajes se sentaron en la arena. Juan estaba a la defensiva, esperando que esa fuera una especie de trampa. Mientras tanto, David, Antonio y el resto se miraron el uno al otro y comenzaron a reírse. “Mira Juan, son dementes. Son tan mansos que hasta podríamos adoptarlos como mascotas. Pero no es mala idea, pues tal vez nos lleven hasta su refugio y cuenten con alimentos. Además, quizás Antonio pueda acercarse a una de esas dos mujeres”. El fraile, que además tenía conocimiento de la ley, estuvo de acuerdo, pero agregó que, de acuerdo con el derecho natural y la caridad humana, también era necesario llevar a esos hombres errantes al conocimiento de la verdadera religión.

Abya Yala

Mientras tenían los ojos cerrados en el suelo, uno de los seres tocó la cabeza de Nina Warmi. Entre asustados y sorprendidos, el Yachak, Nina Warmi y Sisa se levantaron. Uno de ellos, que tenía la cara llena de pelaje y un atuendo brillante, se acercó para tocar el hombro de cada uno, mientras que otro, tapándose la piel con un atuendo café, seguido por un collar con una gran cantidad de semillas y una especie de piel del mismo color de su atuendo que cubría la parte superior de su cabeza, movía su mano derecha al frente de las caras de cada uno. Parecía una especie de ritual, tal vez los habían aceptado. Debían atenderles, pues parecían ser los espíritus de Yaku mama[6].

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Los monstruos se pusieron de pie y comenzaron a caminar tras ellos. La temperatura cambió drásticamente por la sombra de los inmensos árboles. Ruidos extraños se escuchaban por doquier. Montones de aves de intensos colores cantaban y volaban entre las ramas, pequeños dragones verdes también los observaban desde arriba. Parecía como si los mismos árboles pudieran observarlos. Los tres salvajes se detuvieron un momento, por lo que los españoles, sorprendidos, sacaron sus espadas. De entre los arbustos salieron otros tres de ellos, los igualaban numéricamente. “Os dije, esto es una trampa”, dijo Juan. “Continuemos”, insistió el fraile. “No están armados y a duras penas podrían derrotarnos”. Curiosos, los nuevos acompañantes los observaron de cerca.

Abya Yala

Raimy[7], Tupak Amaru y Tamia[8] se habían quedado entre los arbustos. Al verlos de cerca, sintieron miedo. Eran grandes, con atuendos gruesos y brillantes. Al parecer usaban las enormes plumas en sus manos para defenderse. Raimy pensó en tocarlos, pero se limitó, junto con los demás, a observar. Siguieron caminando hasta encontrar el camino de piedra que constituía el comienzo a la observancia de los espíritus ancestrales de Hawa-Pacha[9]. Los espíritus de los ancestros observan su caminar, incluso los espíritus del Uku-Pacha volaban sobre sus cabezas y los seguían desde arriba. Nina Warmi se sentía agotada y vio cómo, a la distancia, se aproximaba una tormenta.

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Sorprendidos por el amplio camino de piedra, rodeado también de grandes árboles y flores exóticas de colores fosforescentes, los españoles siguieron caminando. Al fondo veían humo y comenzaron a escuchar una especie de flauta. Vieron cómo se abría el cielo para mostrar un extenso poblado, con grandes construcciones hechas de hojas secas y anchos troncos. “No podremos echarnos encima a todo este pueblo”, comentó Jaime. Antes de que le respondieran, vieron cómo una basta cantidad de los habitantes salieron, desnudos, pero con el cuerpo tatuado, con una especie de instrumentos musicales, haciendo una algarabía tremenda. Parecían borrachos. Uno de ellos se les acercó con unos brazaletes y una especie de plato de oro lleno de lo que se veían como alimentos, quizás eran frutas originarias de esa región. Ninguno se atrevió a probar.

Abya Yala

Todos estaban preparados para la llegada. En medio de Raymi[10], Alli shamuska Kapaichi[11], fukunas[12] y juegos, recibieron a los espíritus. El Hatun Taita salió para recibirlos. Eran seis, con apariencia extraña, pero similares entre sí. Solo uno tenía un atuendo diferente, quizás debería acercarse a él. El Taita se aproximó, pero notó angustia, decepción y hasta repugnancia en sus rostros. Los demás también se estaban dando cuenta de ello. “¿Nos castigarían?, ¿qué hacía falta?”, pensaban. Se estaba haciendo de noche. El Hatun Taita los invitó a la Maloca, donde, junto con los mayores, preparaban el Aswa Jura[13]. Tras los cánticos de bienvenida y los bailes, todos tomaron asiento. Los invitados se quedaron de pie en el centro.

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El rey era grande. Tenía una corona de oro con unas plumas verdes y azules que bajaban hasta su nariz. Se acercó a ellos, alzó las manos y, en medio de los extraños cánticos del resto, pareció indicar que quería que lo siguieran. Ensimismados por lo que observaban, ingresaron a un gran salón con techo de grandes hojas secas. Era un círculo por fuera, aunque cuatro columnas de madera sostenían su techo desde el centro, formando un cuadrado interior. Las paredes tenían dibujos, había mucha comida y, lo que más les llamó la atención, el oro. Tenían esculturas, jarrones, platos y diferentes utensilios de ese material. Al fondo se encontraban lo que parecían ser sus ministros, pues eran ancianos que, entre risas, recibían al resto. Tenían un inmenso jarrón de barro donde con un palo revolvían unas hojas y sacaban un desagradable polvo verde. Lo ponían en pequeños recipientes brillantes para con la mano tomar un poco e insertarlo en sus lenguas. Al hacerlo, incluso con sus bocas llenas, hablaban y reían. Fray Nicolás se veía furioso. “Viven de las drogas”, decía. “En este lugar reina el mismísimo demonio”.

Abya Yala

Frente a la imposibilidad de comunicación, los mayores ofrecieron el Wahanku a los espíritus. Estos rechazaron, lo que llamó la atención de toda la comunidad y ocasionó un profundo silencio. Decidieron llevarles agua y esa sí la bebieron de inmediato. “¿Recibirían comida?”, pensaban. Entre varios lograron encender el fuego en medio de la Maloca y preparar la exquisita carne de armadillo. Los espíritus, que aún hacían mala cara y parecían enfurecidos, miraban con desprecio la preparación especial. Los mayores estaban confundidos, pero decidieron esperar a que les entregaran los alimentos. Cuando estuvo listo, les llevaron la carne. Parecía que les había gustado, pues en menos de cinco minutos la terminaron. Ahora se veían un poco más satisfechos. El Hatun Taita recomendó que se fueran a dormir, pues se veían agotados y se hacía tarde.

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Juan nunca había probado la carne de armadillo y jamás pensó que lo haría. Después de varios días con poca comida, a todos les pareció un manjar. Los ubicaron en otro salón grande con una especie de capullos donde podrían dormir. Se quedaron solos, iluminados por la luz de la luna que entraba por un agujero circular en el techo de la casucha. “Están llenos de riquezas”, comentó David. “Deberíamos asaltarlos y llevarnos todo su oro y un par de ellos para presentarlos al Rey, pues por su estupidez podrían ser buenos esclavos”. Mientras todos se reían y apoyaban la propuesta, el fraile pensaba. “¿Qué dice usted, fray Nicolás?”. Hubo un instante de silencio. “No comparto vuestras ideas. Hacer la guerra por causa de botín es pecado y, siguiendo la doctrina jurídica de la guerra justa, la búsqueda de riqueza no constituye un recto ánimo para emprenderla. La justificación debe ser otra y se me ha ocurrido mientras cenábamos. Semejantes criaturas se encuentran alejadas de Dios y de la ley, además, sus atuendos, lenguaje y falta de buenas costumbres demuestran que hacen parte de una cultura inferior a la nuestra. Estos elementos sí constituyen una justa causa para iniciar la guerra y ejercer la dominación sobre las criaturas. Dios debe imperar en este reino del demonio y la superioridad cultural nos faculta para ello. Lo perfecto debe imperar sobre lo imperfecto”.

Abya Yala

En la Maloca, el Hatun Taita intentaba calmar a quienes se atemorizaban por las caras de decepción de los espíritus. Los mayores conversaban, mientras que el Yachak y Nina Warmi pensaban en una de las esquinas. “Tal vez no son espíritus”, dijo el Yachak. “¿Qué son entonces?”, preguntó Nina Warmi. “No lo sé con certeza, pero no tengo un buen presentimiento. ¿Tú qué sientes?”. Dudosa de su instinto, respondió que no sentía nada. “Está bien, mañana lo averiguaremos”.

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Con entusiasmo, David señaló que el fraile tenía razón. Así, teniendo la aprobación de todos, comenzaron a planear. “No poseen muchos mecanismos de defensa. Vi unas tres lanzas en el salón, pero, hasta el momento, ninguna especie de soldados o ejército”. “Es cierto, David, no obstante, somos muy pocos para pasar por encima de todos ellos. Si queremos llevarnos un par de ellos, no creo que lo permitan tan fácilmente”. “Precisamente por eso estamos buscando soluciones, ¡imbécil!”. “¡Usted es el idiota que nos ha traído a un terreno de dementes!”, dijo Álvaro. Juan se levantó. “¡Basta ya vosotros dos!”, gritó. “Nadie es imbécil ni idiota. Tengo una idea, pero no es sencilla. Ellos nos admiran, nos tratan como reyes. Mañana aparentemos ser un poco más empáticos y reunámoslos a todos en la gran choza donde cenamos”.

Abya Yala

En la mañana, un largo grupo salió a cazar en el río para conseguir la mejor comida. Los demás esperaron a que los visitantes salieran. ¿Se habían ido? El sol ya se había puesto y ellos seguían adentro. Confundidos, esperaban. Fue incluso después de que regresaran las cazadoras, cuando los espíritus saludaron. Tenían rostros diferentes, se veían satisfechos y menos preocupados que la noche anterior. Con frutas frescas y chicha, el Hatun Taita, seguido por el Yachack, invitó a los visitantes a recorrer el territorio ancestral. El Taita señala los espíritus de los ancestros, intentando verificar si se identificaban con alguno de ellos. Después de un extenso recorrido por el territorio ancestral, no lograron comunicarse, ellos solo movían sus cabezas cuando el Taita señalaba y saludaba a los ancestros. Mientras tanto, el Yachak logró comunicarse con sus ancestros, Nina mama[14], Wayra mama[15], Alpa mama[16] y Yaku mama. Ya no tenía dudas de que se trataba de una población distante, pero humana. Sabía que se trataba de algo que no podría detener.

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Disimulando su disgusto, el fraile solo asentía con la cabeza e intentaba sonreír cada vez que le intentaba hablar una de esas criaturas. Según les explicaban, el gran salón recibía el nombre de maloca o algo así. Después de la extrañísima caminata llena de supersticiones, procederían a reunirse allí. Todos sabían lo que debían hacer. Se sentaron en unos asientos hechos con troncos de árboles. Estaban preparados. Al parecer ya todos estaban reunidos adentro, el olor era horrible y de nuevo estaban ofreciéndoles drogas. El plan estaba funcionando según lo planeado. Incendiarían la maloca.

Abya Yala

El Yachak esperó afuera mientras veía cómo todos entraban. Al ver a Nina Warmi, le pidió que se acercara. “Lo peor va a suceder”, le dijo. “No se trata de espíritus, necesito que te refugies y te acerques a los ancestros, verdaderamente viene lo peor”. Nina Warmi, incrédula y asustada con las palabras, preguntó qué tenían de malo. El Yachak le confesó que era demasiado tarde, se trataba de fuerzas oscuras que sobrepasaban su capacidad. Algo maligno se iba a apoderar de ellos y no se detendría allí. Nina Warmi lo sabía, pero había dudado. “Nina”, dijo el Yachak. “Llevas nuestro fin en tu nombre. Pero no temas, es el fin de un capítulo. Comenzará uno difícil, oscuro y lleno de dolor, pero luego vendrá otro. Estaremos ahí para el otro, Nina nos llevará”. “No lo entiendo”, dijo Nina Warmi. “Prometo que pronto entenderás”.

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Entraron todos los salvajes. Disimuladamente, Juan y David se ubicaron cerca a la única entrada y salida. En medio de la maloca, un grupo de cuatro personas prendieron el fuego para cocinar una especie de caldo en un gran recipiente de oro puro. Usaban palos de madera para calentar. Antonio, Jaime, Álvaro y el fraile se levantaron. Todos comenzaron a observarlos. De a poco se acercaron al recipiente, simulando curiosidad. Se agacharon y cada uno tomó dos palos encendidos. Los salvajes se sorprendieron, pero al parecer estaban cayendo en la actuación. Frente a las miradas expectantes hacia el primer intento de interacción por parte de los supuestos espíritus, los españoles comenzaron a orar y, en nombre de Dios, levantaron el fuego para que hiciera contacto con las hojas secas que cubrían sus cabezas. El fuego se esparció rápidamente y los cuatro corrieron hacia la puerta, donde Juan y David evitaban que todos salieran. Los seis, con sus espadas, detuvieron a todo aquel que intentara huir.

Abya Yala

Mientras los demás servían la Chicha y esperaban que se cocinara el caldo de pescado, cuatro de los espíritus se levantaron. Tamia y Tupak Amaru observaban expectantes. El Yachak lo sintió. Vio cómo dos de los invasores se movieron de a pocos hacia la entrada, sin que nadie se diera cuenta. Sin embargo, los demás sí notaron cómo cuatro de ellos se acercaron al fuego que calentaba el caldo y, de repente, se inclinaron para obtener los palos en llamas que estaban bajo la olla. La comunidad estaba expectante, quizás ahora era el momento que estaban esperando. Cada uno de los espíritus tomó dos palos con sus manos. El Hatun Taita pensó al igual que los demás, que estaban equivocados. No se trataba entonces de los espíritus de Yaku mama, eran los de Nina mama. Quizás por eso no se habían manifestado, todos se habían equivocado. El Yachak era entonces el único que conocía la verdad. Nadie le creería, pero también sabía que no debía hacer nada, los ancestros lo habían planeado. Comenzaba un largo período de aprendizaje. Así, de repente, la comunidad vio cómo el deseado ritual se esparcía por el techo, por los troncos que sostenían la Maloca, por el oxígeno y hacía que todo se derrumbara sobre sus cabezas.

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Entre el humo y el forcejeo, los salvajes fueron cediendo, se fueron asfixiando. La tal maloca ardía. Habían tomado a dos de los individuos y, aunque inconscientes, se los llevarían. Al ver que pocos quedaban en pie, se llenaron con la mayor cantidad de utensilios brillantes que pudieron y se echaron a las dos bestias al hombro. Lo habían logrado. Llegaron rápidamente a la embarcación. Solo los seguían el humo y las cenizas.

Abya Yala

El Yachak observó al Hatun Taita. Este lo entendió todo. Demasiado tarde. Viéndose vencidos, dijeron:

Pachamama na allita shinashkani, ñuka wawkikunamampash kikinkunata kamanata na usharkani chu.

Kikimpa gulpi wawakunata tikrachini shinapash ñukapa puchukay shinanakunata shinashami, kikimpa wasiman apak ñanta mi apasha.

Ñukanchita kikinwan kayta saki, chapurishun mirak yakukuwan, munaylla wayrawan, punchalla intiwan shinapash allpapa shinlliwan.

Ñukanchi samaykunaka kushilla mi tianakun kay tuparimanta, wiñarirkanchi shuyayshpa kikinman mikllaman tikramunata, kikimpa aychawan shuk kankapa.

Kishpichiki gulpitallata kikimpa wasita shinapash ñukanchipa wasikuatapash mapayachimanta chay amukunawan

Yupaychani  kay pachapi sumak kawsaymanta, yupaychani kay mushuk kawsaymanta

Juyayai Pachamama

Juyayai Inti Tayta

Juyayai Yaku mama

Juyayai Wayra mama[17].

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Contento, el fraile se dirigió al grupo: “oremos, queridos hermanos pues hemos conseguido el objetivo con la ayuda de nuestro padre. Su estado de barbarie desconoce el derecho natural. Sus costumbres y falta de modales dan cuenta de nuestra superioridad cultural. Hemos hecho lo correcto. De hecho, les hacemos un favor. Los estamos apartando del pecado y la torpeza inhumana, mostrándoles la existencia de buenas costumbres y una verdadera religión. La luz de Cristo se expande por el mundo y el Reino de España prevalecerá de su mano”.

Abya Yala

Nina Warmi escuchó gritos y olió un terrible aroma. Un aroma a destrucción, a maldad. Regresó corriendo a la Maloca, pero desde lejos logró ver el humo. Su corazón comenzó a latir con fuerza. Al llegar, la absorbió la oscuridad. La Maloca, que era su espacio de baile, de rituales, de conexión, su universo, era ahora un lugar de muerte, sofoco y oscuridad. Veía los restos de todos. Vio cómo el fuego comenzó a consumir, en el fondo, la corona del Hatun Taita. El cielo se nubló de inmediato, los rayos comenzaron a caer. Lo peor había pasado. Oscuridad. Lo entendió todo. Nina mama, era Nina mama quien había consumido la Maloca. ¿Por qué?

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Nina Warmi despertó. Gris. No había árboles, los ancestros no estaban. La tierra ahora era negra, con una especie de rayas amarillas. Había mucho ruido. Comenzó a ver que estaba rodeada de cientos de esos espíritus malvados. Cubrían sus oídos con objetos blancos o negros. Caminaban a toda velocidad por todos lados. Parecían preocupados, tal vez se habían arrepentido de lo sucedido. Pasaban por su lado y la miraban con desprecio algunos, otros se burlaban y le gritaban cosas que no comprendía, otros simplemente la empujaban al caminar. Pasó un inmenso y ruidoso objeto rojo. Tenía personas adentro, pero se movía con ellos. Expulsaba un humo gris desde su parte trasera. El cielo, los árboles, la tierra, los rostros, eran todos grises. Unos espíritus soltaban humo gris de sus bocas mientras lloraban o caminaban. Otros tosían y otros, sobre el suelo gris, con sus huesos visibles, dormían. ¿Dónde estaba? Perdida, logró escuchar un árbol en la distancia. Se acercó, sus raíces estaban atrapadas por un suelo gris. Susurrando, el árbol le dijo: “estamos atrapados en el pasado”.

El presente se apoderó del mundo. Nina Warmi, su comunidad y los indígenas fueron asfixiados por la civilización y el desarrollo. Su vida quedó en el pasado. Las comunidades indígenas ahora eran “atrasadas”, “salvajes”, “infantiles”, “crueles”, “violentas”. La idea del presente terminó justificando y hasta legitimando el intento de extinguirlas, pues, para occidente, las comunidades indígenas son atrasadas e impiden el desarrollo de la humanidad. Son entonces, personas que se quedaron en el pasado. Mientras tanto, Juan de la Cruz, el fraile y el resto fueron condecorados y sus delitos perdonados por su “tesoro, hallazgo y valentía”.

Pero ¿qué es el pasado sino el origen de todo el presente? El pasado vive en el presente, este último no puede sepultarlo sin más. ¿Quién fijó la línea entre el pasado y el presente? Quienes la fijaron quizás olvidaron que Nina Warmi y su comunidad están en las crecientes del agua, entre la frescura del aire, con el brillo del sol y la fuerza de la tierra. Las cenizas de la Maloca permanecen entre nosotros.

Nina Warmi observa, pues la idea occidental del derecho y tiempo no sepultará su posibilidad de reivindicación. Sabe que no solo las enfermedades acabaron con sus hermanos. Sabe que los masacraron, abusaron, esclavizaron y desaparecieron. El derecho y el tiempo. El derecho. Al parecer el derecho natural que sirvió como justificación para destruir su comunidad no era tan natural como afirmaba el fraile. Tal vez el derecho actual, silenciosamente, con su supuesta objetividad, siga justificando extinciones. Si las comunidades tienen saberes, ¿por qué el derecho pretende ser universal? ¿No será que, más bien, el derecho es un saber occidental? El tiempo. Es probable que el tiempo que dejó a su comunidad en el pasado no sea tan natural como parece. Su historia no puede quedar en el pasado. Su historia y su comunidad hacen parte del presente. ¿Y si el pasado va adelante y tenemos el futuro por detrás?

Lo natural entonces tiene mucho de innatural.

“(…) [S]ólo quiero en lo de las guerras susodichas concluir con decir e afirmar que en Dios y en mi consciencia que tengo por cierto que para hacer todas las injusticias y maldades dichas, e las otras que dejo e podría decir, no dieron más causa los indios ni tuvieron más culpa que podrían dar o tener un convento de buenos e concertados religiosos para roballos e matallos y, los que de la muerte quedasen vivos, ponerlos en perpetuo captiverio e servidumbre de esclavos.”

  • Fray Bartolomé de las Casas

“Somos como la paja de páramo que se arranca y vuelve a crecer (…) y de paja de páramo sembraremos el mundo…”

  • Dolores Cacuango

[1] Nina significa Fuego, mientras que Warmi es mujer.

[2] En principio, el término Abya Yala se ha usado por la generalidad de las organizaciones e instituciones indígenas para designar con un sentido de pertenencia y hermandad al continente en contraposición a América (Abya Yala = América). Pero, su significado es más profundo, pues Abya Yala se refiere a un momento de la historia. Se trata de la etapa donde llegaron los invasores, por lo que también significa tierra de sangre vital, tierra madura, tierra viva o tierra noble que acoge a todos. Abya Yala se descompondría entonces así: Abe es sangre, y Ala es espacio/tierra/territorio.

[3] Sabedor.

[4] Suprema divinidad de los pueblos indígenas de la región septentrional de Ecuador.

[5] Cacique mayor de toda la comunidad

[6] La Madre Agua.

[7] Significa celebración.

[8] Significa Lluvia.

[9] El mundo de arriba. Dimensión ubicada sobre este mundo de acuerdo a la sabiduría indígena Otavalo.

[10] Fiesta.

[11] Bienvenida.

[12] Instrumento musical tradicional. Similar a una flauta.

[13] Significado del Kichwa al español: Chicha de Jora, es bebida ancestral que tiene una gran importancia dentro de la cosmovisión indígena por el momento del año en que se prepara, el equinoccio de septiembre, un mes que representa el inicio de un nuevo ciclo femenino cargado de fertilidad gracias al advenimiento de las lluvias, así mismo, en estas épocas se agradece y se disfruta delas cosechas de maíz que abundan como frutos de la Pachamama.

[14] La Madre Fuego.

[15] La Madre Aire.

[16] La Madre Tierra.

[17] Madre Tierra te he fallado y le he fallado a mis hermanos, no pude protegerlos.

Te envío de regreso a todos tus hijos, y cumpliré mi último deber, los llevaré por el camino/sendero que lleva a tu morada.

Permítenos pertenecer a ti, mézclanos con las crecientes del agua, entre la frescura del aire, con el brillo del sol y la fuerza de la tierra.

Nuestras almas se alegran por este encuentro, pues crecimos esperando volver a tu regazo (cobijo, refugio) y formar parte de tu cuerpo.

Perdónanos por ensuciar tu casa y nuestros hogares con esos profanos.

Gracias por el buen vivir que experimentamos en este mundo, gracias por esta nueva vida

Que viva mamá tierra

Que viva papá sol

Que viva mamá agua

Que viva mamá aire

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